sábado, 30 de enero de 2010

Camino de Santiago (I): León




Escribo desde el albergue municipal de León, situado al SO de esta preciosa ciudad. Tras casi 10 horas de viaje insoportable en autobús, me dispongo a contarme (y por ende, contar al que me esté leyendo) la primera jornada de nuestro Camino de Santiago. Un viaje que nos ha llevado por numerosas ciudades y pueblos situados cerca de la Vía de la Plata, antiquísima ruta comercial conocida por los romanos hace siglos. Hoy en día es transitable de nuevo y comunica la franja occidental de la península Ibérica. Un tiempo muy duro, pues yo apenas he podido pegar ojo debido a la incomodidad del autobús y a la propia naturaleza de un viaje en autobús. Tras la odisea, llegó la recompensa: a las 6 y media llegamos a la capital leonesa. A partir de ahí, un cúmulo de historias que pronto sabréis… Pero no adelantemos acontecimientos y comencemos, como mandan los cánones, por el principio de los tiempos (que diría Manolito Gafotas).

Llegamos a León, como ya dije, a las 6 y media de la madrugada, ya siendo prácticamente de día y con una temperatura algo gélida. Arribamos a la estación de autobuses de León (que se encuentra en el margen izquierdo del río Bernesga) y tras acudir a la ineludible cita con los servicios, salimos hacia el centro histórico.

Siguiendo en dirección Norte y de forma paralelo al río, llegamos hasta la avenida de Palencia. Cruzamos el puente (el cual está flanqueado por 4 leones, representación presente en toda la ciudad, como veremos más adelante), dejando a nuestro paso un descolorido y poco caudaloso río Bernesga. Llegamos a la glorieta de Guzmán el Bueno, el cual fue miembro de la poderosa familia de los Guzmanes, poseedores de tierras por toda la Península, como por ejemplo en las cercanas villas de Puebla de Guzmán, San Silvestre, Sanlúcar de Guadiana, etc.



He de comentar que es una gozada pasear por una ciudad tan bella y encantadora como es León sin nadie por la calle, tan sólo la presencia de dos locos mochileros en busca de aventuras y de descubrir lo desconocido.

El frío pegajoso fue desapareciendo poco a poco y surgió un solo radiante que nos animó a seguir caminando. Buscamos desesperadamente un bar para desayunar, tarea ardua y difícil dada la hora del día que era. Tras pasear por varias calles topamos con un tranquilo bar Santa Nonia (situado en la calle del mismo nombre). Allí desayunamos unas tostadas bastante chungas (eran como de pan Bimbo pero más gordas xD) y unos cafés. Leímos la prensa y tras esperar un poco para recargar mi móvil, volvimos de nuevo a la calle. Eran sobre las 8 y media.

A continuación fuimos callejeando de nuevo hacia la Catedral, en cuya plaza (llamada Santa Regla) nos sentemos esperando a que abriera la oficina municipal de turismo de León. En ese momento contemplamos fascinados el exterior de la catedral leonesa, maravillosa imagen sin dudas.

A las 9 entramos en la oficina en la que amablemente nos atendieron dos señoritas. Nos facilitaron un mapa que luego nos sería muy útil para movernos por la ciudad y en la que venían localizados los albergues para peregrinos y visitantes.



He de comentar un aspecto de esta ciudad que es la amabilidad de sus gentes. Una ciudad de la que parten miles de peregrinos cada año muestra su personalidad en el trato hacia sus visitantes, en este caso es exquisito. Son personas muy amables, aunque algo “tenientes” (o será quizás mi acento? xD)

A continuación nos dispusimos a buscar el albergue más cercano al lugar en dónde nos encontrábamos (Plaza Santa Regla). Antes de irnos nos hicimos unas fotos al lado del famoso letrero de dicha plaza . Comenzó el bullicio y el trasiego de la gente de León y la ciudad cambió totalmente.

Como comentaba fuimos en busca del albergue, situado en la Plaza de Santa María del Camino (patrona de León). Al llegar nos encontramos con la sorpresa de que hasta las 11 de la mañana no abría (eran las 9:30), para nuestra desgracia.

Como había que hacer tiempo y teníamos TODO el del mundo, decidimos sobre la marcha ir a ver el otro, situado a bastante distancia del primero (de una punta a otra de la ciudad). Por el camino nos encontramos un Corte Inglés, en el que yo quería entrar para comprarme ciertas cosas (entre ellas, el diario en el que escribí todo esto). Sin embargo, como casi todo a esa hora estaba cerrado. Así pues, decidimos probar suerte en el 2º albergue (y definitivo). Vimos muchos niños al llegar, posiblemente se trataba de una excursión escolar.

Entramos en el albergue, el cual por fuera parece un internado o un centro psiquiátrico, pasamos a la segunda planta y adquirimos las habitaciones para esa misma noche. Nos atendió una muchacha muy amable y simpática, la cual estaba acompañada por un malagueño, que nos reconoció en seguida por el acento jeje. Nos puso los primeros sellos en la credencial, le pagamos el precio (4 €) y dejamos nuestras mochilas en la habitación.

Como decía, dejamos por fin las mochilas en la habitación nº 6 y empezó la verdadera ruta turística por León. Volvimos al centro histórico, del que Fran se conocía ya al dedillo (¿¡qué haría yo sin él!?).

El primer monumento que visitamos fue la Casa de Botines, del arquitecto catalán Antonio Gaudí, situado enfrente del Palacio de los Guzmanes (hoy diputación de León), del que hablaré más tarde. Me molestó en un principio ver en dicho palacio una bandera de Caja España, pues me parecía fatal que un sitio así se “vendiera” a una entidad financiera. Nada más lejos de la realidad…



Entramos y encontramos la sede de la obra social de la caja, con numerosas curiosidades: desde la colocación de las cimbras para hacer los arcos de la catedral, pasando por pinturas de todas las épocas (había una del pintor sevillano Luis de Morales, el de la calle nervionense), hasta documentos sobre la construcción y venta del edificio de Gaudí.

El edificio tenía dos plantas visitables. La primera de ellas estaba dedicada a diversos juegos infantiles sobre el Medio Ambiente. En la planta inferior era la más interesante y como ya comenté contenía de todo un poco. Allí mismo nos grabamos en un stand que había para que los visitantes dijeran lo que quisieran… Ocasión que aprovechamos Fran y yo para hacer el gamba un poco jeje



Visto todo lo visible, abandonamos el edificio, contemplando la fachada con aires neogóticos que la preside. Una curiosidad fue comprobar que el cocodrilo que está encima de la puerta principal está colocado de manera inversa a cómo se ideó en un principio. Vaya vista que tiene Farruco… xD

Nada más salir y tras hacernos las fotos de rigor con el amigo Gaudí (sentado en un banco) fuimos al palacio de los Guzmanes, pero al entrar nos topamos con que había que pedir cita para grupos reducidos. Otra vez tocaba esperar…

Para no perder el tiempo fuimos a visitar la Catedral: Santa María de León, la cual ya habíamos visto por fuera, ahora tocaba maravillarnos con su interior… Asombrado. Así me quedé cuando entré por primera vez en el templo católico leonés. La oscuridad surcada por luces de mil colores me conmovió, era un espectáculo digno de ver y sentir…Su planta latina era sencilla, con un coro y sillería magníficos… Pero sin lugar a dudas lo más bonito era ver el juego de luces a través de los ventanales superiores. Recorrimos todo el templo, para contemplar todas las capillas existentes. En el punto de información (al lado del museo) nos pusieron nuestro segundo sello.

Antes de entrar en la catedral charlamos con un personaje bastante peculiar. Se trataba de un señor bastante mayor (y bastante sordo jaja) que nos hizo una foto bastante… ¿centrada? xD con la catedral. Se llevó media hora para hacer la foto (el pobre…) y luego nos contó una historia bastante curiosa: al parecer se cuenta que hace unas décadas un hombre borracho intentó venderle la catedral a unos americanos por 3000 pesetas… ¿Será esto cierto? Jeje Por cierto que el hombre también me hizo ver algo en lo que no había caído: una de las torres es más alta que la otra… Curioso! Se quedarían sin pasta! Jeje



Tras esta magnífica visita volvimos al palacio de los Guzmanes, llegando justo a tiempo para visitarlo. Nos dieron unas credenciales (cortesía del guardia), pasamos el detector de metales y nos unimos a un reducido grupo de turistas (extremeños y andaluces de Jerez).



El edificio era originariamente un palacio construido por la familia del obispo de Calahorra y los Guzmanes, constando en primera instancia con un diseño “clásico” en forma cuadrangular. Posteriormente se añadieron otra torre más y la planta de arriba (dándole su aspecto actual). Tiene, otrosí, unas vidrieras muy interesantes sobre temas leoneses. Fue una visita corta, guiada por dos estudiantes de último curso de Turismo, pero muy entretenida.



Dejamos atrás el palacio y nos dirigimos hacia la Basílica de San Isidoro, la cual estaba en obras. Entramos en el templo pero la existencia de andamios y demás parafernalia de la obra hizo imposible una visita “digna”. Sin embargo, el templo se mostraba casi en todo su esplendor. Estaba dedicado al Santo Isidoro de Sevilla.



Tras esta visita fuimos en busca de descanso, el cual hallamos en un parque cercano a la basílica, llamado el lugar Jardínes del Cid. En ese lugar fue donde escribí las primeras líneas de este cuaderno de viajes.

Con los más destacado del patrimonio cultural y artístico leonés visto, nos dispusimos a buscar un sitio para almorzar. Para qué engañarnos, fue una odisea… Casi en todos los restaurantes nos cobraban una burrada por comer, así es que acabamos en un Burguer King xDDD

Tras una gran caminata, en la que quedamos medio exhaustos, regresamos al albergue, en el que escribí gran parte de lo que llevo hasta ahora de diario. Tras el cansancio y el aburrimiento de Fran, decidí dejarlo para retomarlo a la noche.

Tras descansar una pizca, volvimos al centro, el cual recorrimos de nuevo y por última vez. Aunque, a decir verdad, esta vez cogimos por otros caminos, callejeando lo más grande… Descubrimos nuevas calles y plazas, todas ellas repletas de estampas clásicas de las ciudades: parejas de ancianos charlando, niños corriendo y jugando detrás de las palomas, gente de compras, etc.

Hemos tomado contacto por última vez con unas calles, plazas, parques que nos han transmitido su antiguo y rico saber, su historia, su gastronomía (un carajo jaja)… Una ciudad muy bonita y digna de ser visitada.

Tras la caminata vespertina, regresamos al albergue no sin antes comprar en un supermercado (llamado MASYMAS, aquí no hay ELJAMÓN ni nada de eso jaja) la cena y las cosas para el desayuno del día siguiente. Hay que alimentarse decentemente para que el cuerpo responda ante el desafío que suponen las largas caminatas.



Ya dentro del recinto hostelero, comprobamos que no había mucha actividad en él. Nos hemos duchado en las duchas y la verdad es que están muy bien: todo limpio y muy higiénico. Probé el invento que me propusieron pero resultó ser un fracaso… Más tarde me arrepentiré de no haber metido una toalla en condiciones! Jaja Me sentí como nuevo al darme la duchita, lo necesitaba tras andar todo el día caminando bajo el sol.

Fran y yo fuimos al comedor que hay al final del pasillo y hemos cenado en compañía de un niño alemán (con chanclas y calcetines, of course! xD) y un japo informatizado al que luego bautizaríamos como Miyagui jaja. Hemos cenado una ensaladilla rusa, empanada de atún y queso azul.



Ahora estamos en el cuarto los dos solos, Fran cantando una canción de las Spice Girls y yo escribiendo el diario. Fran, por cierto, se ha hecho una herida en la nariz (no se sabe cómo) y parece ahora un jugador del Athletic.

Tras pasar un rato de sobremesa nos fuimos al cuarto a intentar dormirnos (el primer día cuesta horrores acostarte a las 9…), comprobando que en él habían nuevos compañeros de diversa índole. Tenían el cuarto hecho una pocilga, por cierto.

Con algo de tristeza por tener que abandonar mañana la ciudad de partida de esta aventura, me dispongo a poner punto y final sobre nuestra estancia en esta bella ciudad. Mañana nos levantaremos a las 6 para empezar la primera ruta del camino de Santiago francés, poniendo rumbo a Villadangos del Páramo.



Ha sido un día agotador, pero ha merecido muchísimo la pena vivirlo. No resta más que decir: Hasta pronto, León!


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