DÍA 5: RABANAL DEL CAMINO – PONFERRADA (32 KMS)
Tras un placentero sueño y como viene siendo habitual, nos levantamos bien temprano para comenzar una nueva etapa del camino (el tiempo se pasa volando una vez te pones en marcha). Después del correspondiente desayuno, abandonamos el albergue de Rabanal. Dejamos atrás a algunos peregrinos que también estaban reponiendo fuerzas y a la dueña del albergue, mujer muy simpática y atenta donde las haya. Tomamos rumbo hacia la capital del Páramo: Ponferrada.
Como ya he dicho varias veces, es una de las etapas más duras de todo el camino. Un sendero que asciende y desciende entre montañas de manera brutal, muy perjudiciales para cuerpos no acostumbrados a este tipo de escaladas. He de decir que ha sido un auténtico calvario para mí hacer esta etapa, pues desde el principio de la misma tuve que soportar fuertes e intensos dolores en el tobillo derecho.
Dejando Rabanal del Camino seguimos con la subida que iniciamos en Astorga, llegando momentos en los que superamos los 1400 metros de altitud.
El primer pueblo que pasamos fue Foncebadón, típica población de montaña con sus calles empinadas y sus habitantes dedicados al cuidado de su ganadería vacuna. Se nota la altura en la que estamos por la vegetación (se ven auténticos paisajes dignos de contemplar, todo muy verde) y unas húmedas nubes que refrescan (quizás demasiado) nuestros todavía fríos cuerpos.
En uno de los lugares de descanso nos volvemos a encontrar con Alejandra y Miguel, que habían parado para tomar un tentempié antes de proseguir con la ascensión. A partir de este momento hemos compartido camino y experiencias con ellos.
Con la compañía de estos “chavos” continuamos la caminata hasta llegar a la emblemática Cruz de Ferro, una simple pero muy célebre cruz férrea, como su nombre indica. Yo la verdad es que al ser tan reconocida, me esperaba quizás otra cosa más… elaborada. Como véis en la foto es un simple monumento hecho de piedras y hierro.
Tras hacer las fotos de rigor seguimos subiendo la montaña hasta llegar al mágico pueblo de Manjarín. Sólo con decir que tiene un único habitante y que encima es templario… dicho queda todo.
En la casa de Miguel, el dueño del lugar, nos paramos un ratito para compartir momentos especiales de café con galletas con gente muy diversa. Lo cual es de agradecer.
Según me cuenta Carlos este es de los pocos reductos genuinamente templarios de toda la zona… No es por fantasear pero se respira un aire peculiar a estas alturas, una atmósfera mágica… El bueno hombre de Miguel, los días que hay mucha niebla toca su campana (del siglo XVIII) para que los pasajeros no se desorienten (es muy probable debido a la niebla densa). En este lugar me compré la concha de Santiago, que desde entonces me acompañaría hasta el final del trayecto.
Tras estar unos minutos en este sitio, proseguimos con la marcha y puedo decir que verdaderamente dio comienzo la infernal bajada. Desde los 1400 metros de Manjarín pasamos en unas horas a los 500 metros de altitud de Ponferrada. Todo esto por senderos muy estrechos y llenos de piedras, los cuales literalmente me destrozaron los tobillos.
A partir de este momento Fran nos abandona (se va a su bola) y Miguel empieza a sentir, como yo, dolores en el tobillo.
Proseguimos la marcha y aprovecho que estoy solo con Ale para intimar y conocerla un poco más. Será mi carácter, no lo sé, pero le empecé a coger mucho cariño. Nos llevamos casi todo el camino hablando y bromeando., lo cual hace que nos fuera más llevadera la travesía.
Desde Manjarín no paramos de descender, haciéndose algunas partes especialmente duras. Sin embargo, la naturaleza parece devolvernos el mal causado en forma de unas magnificas estampas paisajísticas. Estamos entrando en la comarca del Bierzo, cuya capital (Ponferrada), pronto se divisará desde las alturas. El siguiente pueblo que vemos es el Acebo, del cual destaco sus calles empedradas y sus balcones de madera.
Atravesamos este pueblo y tras pasar por la carretera (nos encontramos un curioso rebaño de ovejas descarriadas) volvemos al camino, sin parar de descender. Desde las afueras del Acebo se empieza a ver a lo lejos Ponferrada, una gran ciudad dentro de una comarca semidesierta.
A vista de pájaro, parece que está cerca… nada más lejos de la realidad. Nos quedan bastantes kilómetros para llegar. Los pies piden un poco de clemencia y la reciben en un claro del camino en donde nos espera Fran. Descansamos un rato y volvemos a las andadas.
Hasta llegar a Molinaseca de León descubrimos paisajes muy variopintos, pero el que más me gustó fue un sendero cubierto totalmente por la vegetación, a modo de túnel.
El último pueblo antes de llegar a Ponferrada, como ya he comentado, es Molinaseca, un pueblo bastante bonito (ver fotos). Allí coincidimos de nuevo con Carlos y sus acompañantes (la mamma Rita, su hijo Adolfito y un amigo Giorgio), con los cuales visitaríamos la iglesia de cuyo nombre no quiero acordarme (tenía una imagen de la Virgen bastante… barroca). Sólo unos kms nos separaban de Ponferrada.
Llegados a este punto Fran y yo tomamos la iniciativa y aligeramos la marcha, dejando a los mexicanos y demás detrás de nosotros. Llegamos a la ciudad del Bierzo un poco más de las 2 de la tarde, con un sofocante calor y algo desorientados. Estuvimos unos minutos sin encontrar el albergue, pues pensábamos que el que encontramos a la entrada no era el adecuado. Se equivocó Carlos, ya que dijo que teníamos que ir a otro sitio…
Finalmente llegamos al albergue (tengo que decir, para vuestra información, que ha sido de los más cutres de todo el camino) y tras esperar una larga cola dejamos nuestras pertenencias.
En la fila nos preguntaron si queríamos fiesta o no, para situarnos en las camas del sótano o en otras más cómodas que estaban en la planta principal. Como quiera que ese día había en la ciudad unas Jornadas Medievales decidimos quedarnos en las de abajo… Cosa de la que nos arrepentiríamos después jeje
Tras ducharnos y descansar un poco, nos fuimos a comer por ahí con Ale y Miguel, con los que ya éramos “uña y mugre”, que diría Ale. Nos gastamos 10 euros en comer pero mereció mucho la pena. Además, tras la larga caminata nos lo merecíamos, que coño! Comimos muy tarde, sobre las 5 de la ídem.
Regresamos al albergue, aunque no tuvimos apenas tiempo de hacer nada. En pocas horas salíamos otra vez hacia el centro de Ponferrada para ver qué se “cocía” en sus antiguas calles.
Tengo que decir que ha sido uno de los lugares más bellos que he visto nunca. Una ciudad con un encanto especial, con rincones casi mágicos y con atractivos ineludibles. La celebración de esas jornadas medievales se adivinaba en las farolas, adornadas con banderas templarias. Si no lo había dicho ya, en Ponferrada existe uno de los pocos castillos templarios que se conservan en la actualidad. Antes de visitar el castillo estuvimos en las distintas plazas de la villa. Pero mención aparte merece la joya de la corona: el castillo.
Es simplemente imponente, magníficamente bien conservado. Ocupa una gran superficie y conserva la esencia de las fortificaciones que estos monjes – guerreros establecieron por esta zona. Merece la pena visitarlo, sale uno muy impresionado. Las vistas desde el interior son muy bellas.
Al salir nos volvimos a encontrar a la Bomba manchega, que estuvo hablando (o más bien hablando él jeje) con nosotros un buen rato. Pasamos otra vez por el centro y aprovechamos para hacer distintas cosas. En pocas horas se haría de noche en la ciudad y con ello daría comienzo el espectáculo templario…
Volvimos al mercado medieval, el cual estaba lleno de puestos de lo más variopinto: tarot, especias, peletería, kebabs, trajes medievales, cetrería, etc. Todo lo que te puedas imaginar y más. Dimos un paseo por la plaza y nos tomamos unos kebabs. Era ya casi de noche cuando decidimos ir de nuevo al castillo para coger sitio y ver bien el espectáculo de fuegos artificiales que iba a suceder en pocos momentos. Nos tomamos unas cervezas en un bar de por allí y nos sentamos a esperar… Yo sentado junto a Ale y Miguel y Fran haciendo fotos… ¿O quizás estaban comentando la belleza de las mujeres de Ponferrada? Jaja Por cierto, vimos un cartel del equipo de la ciudad y es totalmente igual que la equipación del Recre…
Con algo de retraso comenzó algo que yo no me esperé nunca que fuera a suceder… A las 11 de la noche se apagaron todas las luces y comenzó a sonar una música propia de las pelis de suspense. Poco a poco se fueron divisando a lo lejos cientos de caballeros templarios que se dirigían hacia el castillo, mientras una voz retumbaba en el aire, narrando la historia de los templarios.
El castillo de repente se iluminó con bengalas y con fuego en sus murallas. Estallaron en el aire los primeros fuegos artificiales. Sólo era el principio… Al cabo de un rato apareció una procesión cargando el Santo Grial y cuando entraron en el castillo comenzó el gran espectáculo de luces y sonido. Precioso. La noche no podía ser más perfecta.
Con algo de frío regresamos al albergue, donde tapado hasta arriba con mantas se acabó un gran día.
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